lunes, 1 de marzo de 2010

Recuerdos (1)

Sé que mi abuela Angustias, madre de mi padre, fue una persona de gran vitalidad, llena de energía y humor, y (como casi todas las abuelas) una gran cocinera. Conozco mil anécdotas divertidas y he visto decenas de fotos suyas: alguna de joven, con mi padre y sus hermanos; más tarde una abuela feliz, rodeada de sus nietos mayores (mis hermanos y primos) en comuniones, vacaciones familiares, salidas al campo. También en las fotos del día de mi bautismo, la veo sonreir desde el primer banco.

Mis recuerdos de Angustias son los de una viejecita frágil, en silla de ruedas o acostada, débil. De niña, a los cinco, seis, siete años, su presencia me inspiraba verdadero temor: era la encarnación de la fragilidad humana y de las terribles consecuencias del paso del tiempo. Recuerdo perfectamente las arrugas, la voz quebrada, el temblor de sus manos, el sonido de su respiración. Su vejez me era ajena y totalmente incomprensible, y en mi memoria, los momentos pasados junto a ella son siempre en silencio; yo mirándola y ella mirándome a mí, las dos con mil mensajes en los ojos. En un momento dado, ella se vuelve y le hace un gesto a mi tía, para que me dé un billete de mil pesetas (una fortuna por cierto, aunque esto sólo lo sé ahora). Tengo el billete entre mis manos. Lo miro y lo vuelvo a mirar, igual que la he mirado a ella, buscando, rebuscando, tratando de comprender. De pronto, es un día gris, parecido al de ayer. Estoy mirando llover tras el cristal de un balcón, y sé que no volveré a sostener su mirada. La echo de menos.